miércoles, 8 de abril de 2020

“Descendió a los infiernos”

El Símbolo de los Apóstoles confiesa en un mismo artículo de fe el descenso de Cristo a los infiernos y su resurrección de los muertos. En su Pascua, desde el fondo de la muerte, Cristo hace brotar la vida. Nos anuncia esta Buena Nueva que a todos los seres humanos de todos los tiempos y todos los lugares es ofrecido el don de la salvación.

Con frecuencia llamamos infiernos experiencias humanas donde se densifican la desolación, el dolor y la desesperación. Pues, también a estos infiernos nuestros desciende Cristo resucitado y allí suscita señales de vida.

"Manos de protesta", pintura de Oswaldo Guayasamín.

Infiernos: ahora lugares de adoración en espíritu y verdad

Cada año, en fechas significativas, en Auschwitz, en Hiroshima, en Chernobil, el 11 de setiembre en Nueva York y muchos otros lugares donde lo trágico de la existencia humana tocó fondo, se congregan sobrevivientes y peregrinos para recordar y anunciar que ni el dolor más grande ni lo inhumano más cruel pueden destrozar la conciencia de la dignidad humana y apagar toda fe en la resurrección.

Victor Frankl, el fundador de la logoterapia y por su fe sobreviviente de Auschwitz, apunta: “Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en estas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shema Ysrael en sus labios”.
“El pueblo que caminaba en la noche vio una luz grande; habitaban el oscuro país de la muerte, pero fueron iluminados…” (Cf. Is 9,1-6).

“Ancash: un infierno”

Durante las últimas semanas muchas voces lo han dicho e insinuado. De hecho, en la región todo parecía entrar en un agudo proceso de devaluación: las numerosas muertes violentas y por manos compradas para el crimen quitaban valor a toda vida y nos envilecían a todos; las instituciones encargadas de seguridad, justicia y derechos humanos parecían desviadas de sus fines; medios de comunicación se prestaban para la mentira, la calumnia y el ayayerismo; en las instituciones educativas el enseñar y aprender perdía sentido y aliciente; hasta las palabras y manifestaciones religiosas parecían apariencias sin autoridad.

Sin embargo, en estos días se percibe un cambio. No solo instancias representativas del país y de la región se han puesto de pie, no solo voces aisladas valientes y decididas resuenan en el ambiente, también en muchísima gente la conciencia ciudadana se ha despertado y en lugar de dejar la cancha a la irresponsabilidad, al aprovechamiento y el crimen, reclaman participación en iniciativas para el bien común.

También a esa realidad cruda y mortífera nuestra ha descendido el resucitado. Él interpela las conciencias, inspira caminos de salida del infierno y une para servir el bien de todos.

Prestemos el oído a las palabras del Papa Francisco: “También aparecen constantemente nuevas dificultades, la experiencia del fracaso, las pequeñeces humanas que tanto duelen. Todos sabemos por experiencia que a veces una tarea no brinda las satisfacciones que desearíamos, los frutos son reducidos y los cambios son lentos, y uno tiene la tentación de cansarse. Sin embargo, no es lo mismo cuando uno, por cansancio, baja momentáneamente los brazos que cuando los baja definitivamente dominado por un descontento crónico, por una acedia que le seca el alma. Puede suceder que el corazón se canse de luchar porque en definitiva se busca a sí mismo en un carrerismo sediento de reconocimientos, aplausos, premios, puestos; entonces, uno no baja los brazos, pero ya no tiene garra, le falta resurrección. Así, el Evangelio, que es el mensaje más hermoso que tiene el mundo, queda sepultado debajo de muchas excusas”. (EG 277).

“Mi casa: un infierno”

En cierta medida yo soy mi casa, mi familia, mi vecindad, mi centro de trabajo, mi parroquia, mis allegados… Contribuyo, tengo que reconocerlo, a que estos lugares y espacios tengan olor y sabor a infierno. Tengo que hacer mío el grito de San Pablo: “Realmente mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco” (Rom 7,15).
Mi manera de relacionarme con lo que existe, con los demás y conmigo mismo clama por una luz que no puedo dar a mí mismo, por una fuerza que me supera, por un don que tengo que acoger y agradecer. 

Al pedir al Resucitado a descender al infierno del cual cada uno de nosotros es autor y promotor, le pedimos de “derramar por el Espíritu Santo el amor de Dios en nuestros corazones” (Rom 5,5), para que acogiendo el don de Dios nos convirtamos en don para los demás.

Acudo nuevamente al Papa Francisco para decir bien lo que quiero decir: “Cuando vivimos la mística de acercarnos a los demás y de buscar su bien, ampliamos nuestro interior para recibir los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que nos encontramos con un ser humano en el amor, quedamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios. Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios”. (EG 272)


Reflexión del P. Matías Siebenaller (del 2014)

1 comentario:

  1. Me llegó en el momento preciso, la tentación de mis infiernos particulares me sofocan y me ponen en muchos aprietos.

    ResponderBorrar