miércoles, 5 de febrero de 2014

Teresa Tovar Samanez: Ricardo Morales Basadre. Se fue un grande

Teresa Tovar S.
Recuerdo cuando Ricardo Morales Basadre vino a inaugurar la exposición pictórica de Diego, mi hijo, en el
Museo de la Nación y las muchas veces que me habló de él con profundo afecto. Desde entonces y siempre, sentí que la visión de educación que Ricardo tenía abría una puerta ancha a los niños y jóvenes con discapacidad, amplitud que siempre contrastó con la estrechez con la que la sociedad y la educación les regatean oportunidades y ciudadanía. De allí que, luego de su sensible fallecimiento, lo primero a recordar de la visión y pensamiento de Ricardo Morales es su apuesta por el desarrollo humano pleno, como anclaje de una propuesta educativa que busca cambiar el destino de las personas de carne y hueso. Para Ricardo, trabajar por la educación no era un acto racional que se mide por la eficiencia sino un compromiso real por el prójimo y por el devenir de la especie humana.

Otro aspecto fundamental de su pensamiento educativo es su amplitud de mira planteando con insistencia la pregunta ¿Qué educación, para qué desarrollo? Más punzante y radical que muchos jóvenes de hoy, insistía que faltan indignados en el Perú, ya que en el mundo actual "ha perdido vigencia aquella visión del desarrollo de corte cerradamente neoliberal marcado por una fe ciega en las fuerzas del mercado, en el debilitamiento del Estado, en la privatización y liberalización de las economías". Por eso conversar con Ricardo era dejar de ver la educación como un tema pedagógico, financiero o institucional, para visualizarla como dimensión fundamental del devenir de las sociedades, porque ella "nos dice a qué tipo de sociedad estamos apuntando". Alertaba continuamente sobre las trampas del progreso que trae aparejadas situaciones de alto riesgo y muestra "en trágico claroscuro, las grandezas y miserias de la razón".

La defensa de la educación pública encajaba con precisión en esta visión. Postulaba que la educación debía "leerse desde los más pobres" en un país escandalosamente inequitativo, una sociedad segmentada y conflictiva "donde el principio de la igualdad tiene solo existencia retórica". Sostenía que la igualdad fundamental de todos los seres humanos condiciona la salud moral de una sociedad y reclamaba una perspectiva ética en el enfoque educativo y de desarrollo, que impregne el quehacer, vivir, producir y convivir, que gobierne el aprender y la búsqueda de nuevos principios morales-civilizatorios.

El pensamiento de Ricardo marcó la educación peruana del último siglo. La historia de la educación contemporánea no se entiende ni concibe sin su aporte nodal. Su vida fue ejemplo del enfoque que nos lega como desafío. Lo recordaremos como un visionario indignado y bondadoso; un pensador capaz de interrogar con formidable solvencia intelectual y moral, un ser humano de calidad excepcional; un líder que proponía y concertaba al más alto nivel con incuestionable legitimidad; un amigo fabuloso, capaz de mirarte con sencillez a los ojos y contagiarte su ternura. (La Primera 03/02/14) (Versión resumida)

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