miércoles, 8 de julio de 2009

MENSAJE POR EL DÍA DE LA PERSONA ENCARCELADA


LAS PERSONAS ENCARCELADAS ¿SON SOBRANTES Y DESECHABLES?

Las condiciones de vida de muchos abandonados,
excluidos e ignorados en su miseria y su dolor,
contradicen este proyecto del Padre
e interpelan a los creyentes a un mayor
compromiso a favor de la cultura de la vida.
El Reino de vida que Cristo vino a traer
es incompatible con esas situaciones inhumanas.
Tanto la preocupación por desarrollar estructuras
más justas como por transmitir los valores sociales del Evangelio,
se sitúan en este contexto de servicio fraterno a la vida digna
(Aparecida, 358)


1. En el año 2000, la Iglesia Católica celebró el Jubileo por la persona encarcelada, queriendo hacer realidad la liberación que Cristo anuncia y trae con su muerte y resurrección (Cf. Lc 4,16-21). En este contexto se dedicó la Campaña Compartir a la realidad de las personas encarceladas con el tema: “La Cárcel, una realidad que nos cuestiona”.

2. Nos cuestionaba y trasladábamos este cuestionamiento a toda la sociedad, por las distintas realidades negativas que se daban en las cárceles: hacinamiento, grave situación de salud, servicios básicos deteriorados; en general, falta de respeto a la persona y sus derechos. En definitiva, condiciones inhumanas de vida en las cárceles. También nos cuestionaba el encarcelamiento de personas injustamente detenidas por parte de un sistema judicial que no respetó el debido proceso. A esta realidad negativa se suma el trato discriminatorio hacia las mujeres encarceladas, privándoles de algunos derechos y beneficios con respecto a los varones encarcelados.

3. Hoy, después de 9 años, la realidad de las personas encarceladas y el sistema carcelario nos sigue cuestionado. El número de personas encarceladas a la fecha suman alrededor de 45 mil. Las condiciones de vida en las cárceles no han mejorado, tanto por el aumento de la población penal, la deficiente política penitenciaria que se basa en reformas parciales y se ejecutan básicamente como reacción a la emergencia de violencia o crisis en penales. A ello se suma la marginación de gran parte de la sociedad a las personas encarceladas.

4. ¿Por qué nos debe interpelar la realidad de las personas encarceladas?
Una realidad que golpea a todos los sectores de la población, pero principalmente al más pobre, es la violencia, producto de la injusticia y de otros males, […] Esto induce a una mayor criminalidad y, por ende, a que sean muchas las personas que tienen que cumplir penas en recintos penitenciarios inhumanos […] que impide un proceso de reeducación y de inserción en la vida productiva de la sociedad. Hoy por hoy, las cárceles son, con frecuencia, lamentablemente, escuelas para aprender a delinquir. (Aparecida, 427)

5. Así como se dice “la cara es el espejo del alma”, la cárcel es el reflejo de la sociedad. Por tanto, la realidad de las personas encarceladas nos debe cuestionar porque es la expresión hecha realidad del deterioro de las personas que forman parte de nuestra sociedad peruana. Expresa la irresponsabilidad del Estado y de la sociedad en general al no haberle dado (o haberle quitado) la oportunidad de justicia por una vida digna a muchas de las personas encarceladas. Hoy en día, es necesario afirmar sus derechos fundamentales como personas: a una familia, a unos estudios, a una atención en salud, a un trabajo digno, a una verdadera integración en la sociedad, sin discriminación. Como parte de la sociedad, también en la Iglesia tenemos nuestra responsabilidad, por las veces que no escuchamos su clamor y no respondemos con la actitud cercana con la que Jesús se acerca a cuantos le suplican.

6. Nos debe cuestionar porque ese deterioro también llega a sus familias. El abandono en que quedan, particularmente sus hijos, a quienes el Estado y la sociedad en general seguimos privándoles de sus derechos fundamentales. ¿Cómo evitar que esta situación se repita? Los administradores de justicia ¿tendrán en cuenta, además del delito cometido, la realidad de vida de la que proceden muchas de las personas juzgadas y encarceladas, para que tengan una sentencia justa?

7. Es necesario que los Estados se planteen con seriedad y verdad la situación del sistema de justicia y la realidad carcelaria… (Aparecida, 428)

8. Como Iglesia, ¿nos conformaremos con visitar a las personas encarceladas y luchar por sus derechos, olvidando que deberíamos haber estado cerca de esas personas antes para que no lleguen a la cárcel?

9. Este cuestionamiento debe llevarnos a una respuesta: “LA DIGNIDAD Y EL VALOR DE LA PERSONA”, en todo momento (antes, durante y después de la cárcel). Por eso, pedimos:
· Humanidad y honestidad a quienes aplican las leyes.
· Responsabilidad y honestidad a todas las instituciones del Estado.
· Diálogo constructivo entre la sociedad y el Estado en las Mesas Interinstitucionales de Cárceles, para dar soluciones a la problemática penitenciaria.
· Fidelidad de los cristianos y cristianas al mensaje de Jesús, de hacer realidad el amor al prójimo como Él nos ama, con un acercamiento especial a las familias de las personas encarceladas y a las víctimas de los hechos delictivos para acompañarlas y brindarles oportunidades de vida en abundancia que Cristo nos ha traído.
· Que conozca la sociedad peruana el verdadero problema de las personas encarceladas y del sistema penitenciario.
· Un llamado especial a los Gobiernos ante las políticas en temas penitenciarios, para que sean eficaces, integrales y humanas.

Que, como María, la Madre de Jesús, seamos valientes en proclamar el Magníficat de las personas encarceladas, proclamando a Dios que “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes” (Lc 1,52)

Nuestra misión es entregar a nuestros pueblos
la vida plena y feliz que Jesús nos trae,
para que cada persona humana
viva de acuerdo con la dignidad que Dios le ha dado
(Aparecida, 389)

Monseñor Pedro Barreto Jimeno S.J.
Arzobispo de Huancayo
Presidente de la Comisión Episcopal de Acción Social
Presidente de la Pastoral de Cárceles.

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