Es un gozo personal, rehacer con ustedes, en este tiempo pascual, la meditación del encuentro de María Magdalena con el Resucitado: Jn 20, 11-18. El relato recibe su inspiración y hasta ciertas formulaciones del poema bíblico sobre el amor: El Cantar de los Cantares.
1. Estaba María junto al sepulcro fuera llorando.
Jesús había ayudado a María a salir de una situación de oscuridad, de enredo y desesperación. Jesús se había fijado en ella y, lejos de despreciarla, le había dado aliento y fuerza para regresar a su ser. Ella no era nadie y Jesús la llamó a ser integrante del grupo de hombres y mujeres que seguían a Jesús (cf. Lc 8, 1-3). En la comunidad de Jesús María había encontrado el tesoro, la perla fina del reino.
Ahora, cerca del sepulcro de Jesús, está llorando. María busca a Jesús entre los muertos. Ya no recuerda que Jesús había anunciado su resurrección y que la tristeza por su ausencia se va a convertir en alegría. Evidentemente el llanto de María tiene una connotación muy personal, pero en sus lágrimas podemos encontrar la desesperación de mucha gente en el mundo que se ve confrontada con la pérdida de sentido y recursos para vivir. Tu llanto, mi llanto están en el llanto de María. Miremos de cerca los relatos de la resurrección de Jesús: el desconcierto por la ausencia del Señor es parte de la fe en su presencia.
Admirable ver como la tristeza de María no tiene nada de parálisis. Inquieta se mueve, mira en todas las direcciones, ve señales, escucha voces, hace preguntas. Todavía no reconoce al Señor, pero intuye y siente que él la envuelve. “No lo buscaría, sino lo hubiera encontrado ya.”
2. Jesús le dice: “María” y ella le dice: “Rabbuní”
Nadie puede decir el nombre de María, como lo dice Jesús. Solo él es el Buen Pastor que conoce a cada una de sus ovejas, que ama a cada una en su originalidad y es capaz de dejar a cien ovejas en el desierto para buscar la perdida. Cuando la encuentra, se alegra; la carga sobre sus hombros, la lleva a casa y convoca para una fiesta.
Para María, reconocer a Jesús también significa, reconocer su propia vocación, la de ser discípula de este maestro. María no quiere, sino revelar, como Jesús, el “rostro humano de Dios y el rostro divino de cada ser humano”. María quiere ser miembro de la Iglesia de Jesús en este mundo, anunciar su Palabra, celebrar su presencia y hacer sus mismas obras.
Mural de Cerezo Barredo en Brasil. |
3. Le dice Jesús: “Suéltame…y anda a decir a mis hermanos…”
La fe de María siempre tendrá que madurar y purificarse. El Resucitado no es Jesús Nazareno ubicable en el tiempo y en el espacio. Creer en su presencia, conlleva sufrir por su ausencia. Siempre será difícil creer y no haber visto, creer en la presencia de Cristo y no poder tocarlo con las manos, creer en su cercanía amorosa y no poder retenerlo con su abrazo. María y los discípulos de todos los tiempos tienen que aprender lo que pide una lindísima oración de Benjamín Glz Buelta: “Señor, necesito tu presencia, un tú inagotable y encarnado que llena toda mi existencia, y tu ausencia, que purifica mis encuentros de toda fibra posesiva. Necesito el día claro en el que brillan los colores y se definen los linderos del camino, y la noche oscura en la que se afinan mis sentimientos y sentidos”.
Jesús envía a María de Magdala a dar testimonio de su resurrección. Ella inicia la larga cadena de quienes, en tiempos y lugares diversos, con su vida y su palabra, anuncian “lo que sus ojos han visto, los que sus oídos han escuchado y lo que sus manos han palpado” (cf. 1Jn 1, 1-4): el encuentro con Cristo Resucitado.
No nos cansemos de recordar con Aparecida: “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y trasmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado. Con los ojos iluminados por la luz de Jesucristo Resucitado, podemos y queremos contemplar al mundo, a la historia, a nuestros pueblos de América Latina y del El Caribe, y a cada una de sus personas” (DA 18).
Reflexión del P. Matías Siebenaller (2012)
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