Las condiciones en que viven las personas encarceladas en
el Perú son contrarias a su dignidad de personas, dignidad que no debe perderse
por ninguna circunstancia en la vida, pues nos pertenece por ser hijos e hijas
de Dios.
Estas situaciones se dan
porque las cárceles a lo largo del tiempo se han ido convirtiendo en depósitos
de seres humanos y escuelas del crimen. La cárcel como tal no rehabilita,
siendo una de las razones más graves la sobrepoblación existente.
La cárcel es un lugar que
excluye, porque
por su realidad actual ocasiona que existan dentro de ella grupos vulnerables y
excluidos: enfermos de VIH y TB, adultos mayores, mujeres con hijos, enfermos
psiquiátricos, jóvenes primarios,… que necesitan una urgente atención acorde
con su realidad.
Es necesario también prestar atención al personal
penitenciario que muchas veces es el primero en ver sus derechos laborales
vulnerados, con remuneraciones mínimas, con poca capacitación para llevar
adelante un trabajo tan delicado y, por lo tanto, es muy difícil que se puedan
brindar un servicio de calidad.
“Acuérdense de los presos
como si ustedes estuvieran presos con ellos” (Hebreos 13, 3) es una
verdadera exigencia que clama al cielo y tiene muchos testimonios en la
solidaridad que viven muchos encarcelados entre ellos y ellas y estamos
llamados a vivirla quienes creemos en el Dios de la Vida.
Como Iglesia, nos sentimos comprometidos en la
humanización del sistema penitenciario.
Escuchar el clamor de tanta gente que sufre, transmitir
que es posible tener otro tipo de relaciones humanas, donde exista la
confianza, la solidaridad, la preocupación por el otro. Como Iglesia, estamos
llamados a ser signos de una fraternidad que es posible y palpable.
Como sociedad en su conjunto, necesitamos seguir aportando
a la eficacia del sistema penitenciario para que contribuya a la humanización
de la realidad de las personas que se encuentran recluidas en los penales y que
sea impulsor de sus procesos de inclusión.
Sí, la cárcel es una realidad que nos cuestiona y que no
podemos dejar pasar. La cárcel debe dejar de ser un lugar de exclusión. Hoy se siente latente las palabras del Dios
de la Vida: “¿Dónde está tu hermano…?” (Gn. 4, 9).
“Acuérdense de los presos
como si ustedes estuvieran presos con ellos” (Hebreos 13, 3).
Este mensaje hecho realidad es lo que hará posible una
sociedad mejor y que sea posible la rehabilitación de las personas
encarceladas.
Este mensaje ya lo están viviendo muchos hombres y mujeres
de nuestro Perú porque creen en la vida, en el Dios de la Vida y en cada
persona. ¿Quieres ser tú también testigo de vida y esperanza? Te convocamos que
así sea.
Mons. Pedro Barreto Jimeno, SJ
Arzobispo de Huancayo
Obispo Monitor de la Pastoral Penitenciaria
de la Comisión Episcopal de Acción Social
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