jueves, 10 de diciembre de 2009

61 Años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

Voy de mi corazón a mis asuntos…
Temprano madrugó la madrugada…
A las saladas almas de las rosas,… te requiero
Que tenemos que hablar de muchas cosas,
Compañero del alma, compañero… (Miguel Hernández)


Justo así, es el llamado para trabajar por los derechos humanos. Todas y todos somos requeridos. No es un trabajo simple, es en sí mismo, un gran desafío. La situación del mundo actual, y de nuestra realidad nacional y local, en particular, hoy, nos lleva a interrogarnos sobre la idea misma que las personas “se hacen” de sus derechos, de la necesidad de su definición y del abanico de los motivos que los toman en consideración.

Frente a estos derechos debilitados en su carácter universal e indivisible, algunas personas llegan a dudar que ellos puedan ser la instancia ética fundadora y reguladora del orden mundial. Por lo tanto la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que cumple este 10 de diciembre 61 años, al correr de los años y de las instituciones que sobre ella han nacido ha contribuido mucho, no sólo a tener en alerta la conciencia de las personas sino también a suscitar una cierta conciencia de humanidad.
En este escenario de sombras y luces, ¿qué lugar tiene nuestra Iglesia?. La Pastoral de Derechos Humanos es asunto de la propia Iglesia, pues el Evangelio representa su matriz original, la acción pastoral lleva consigo la audacia del pastor que llama a cada oveja por su nombre. La Iglesia busca ir más allá de las personas “descarriadas”, busca en lo más profundo a quienes están heridos en su dignidad, siendo así buen pastor y buen samaritano, todo a la vez.

“El primer objetivo de la pastoral de los derechos humanos es, pues, lograr que la aceptación de los derechos universales en la “letra” lleve a la puesta en práctica concreta de su “espíritu”, en todas partes y con la mayor eficacia”. (Juan Pablo II. L. Osservatore Romano Nº 29. Julio 1998).

Desde mi experiencia pastoral en nuestra Diócesis y como activista de derechos humanos, considero que hay un campo donde la Iglesia despliega todos los recursos de su experiencia educativa (Mater et Magistra). Es en el humilde aprendizaje de la aplicación cotidiana de los derechos de las personas. Volverlos cotidianos sin volverlos insignificantes. Educar en Derechos Humanos es para la Iglesia hacer una verificación de su propia manera de vivir el Evangelio.

El combate por los derechos humanos es como una guerra de desgaste. Ésta no se puede soportar si no se lucha juntos. Pero el combate no estaría completo si no se acompaña con rostros de esperanza. Toda denuncia debe ser también realizada como un anuncio. Denunciar el mal no puede hacerse sin anunciar el bien cercano o ya existente. Todos esperamos que la Iglesia sea profeta más que centinela; que ella anuncie al Dios que viene, al Dios que no cesa de venir entre los hombres y mujeres de nuestros pueblos, que los oprimidos no esperarían si ellos no estuvieran seguros de que ya está entre nosotros.

En este mismo momento millones de seres humanos, semejantes a nosotros, abrumados o sublevados, nos esperan a ti y a mí, a usted y a mí.

Silvia Alayo Davila
Comisión de Justicia Social

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